martes, 22 de septiembre de 2009

Fumadora compulsiva

A quienes hoy día les digan que fumar es malo, ya sea el médico, vecino, amante o esposo, claramente les estarán invocando una especie de odio desmesurado a quienes, como yo, fumamos compulsivamente.
Me explico.

Hará unos días, decidí salir a tomar el fresco, ya que en Madrid últimamente parece que ha
llegado el invierno.
Desde luego, tenía mono de comida oriental y mi acompañante, a fuerza de agradar, no mostró oposición a mi idea.

Iba todo perfecto, era maravilloso, la conversación en el taxi nunca me resultó tan amena, y por tanto, el viaje en el mismo fue muy breve. Incluso me permití el lujo de pensar que esa noche habría más que palabras, ya que bueno, soy mujer y como ser humano, siento esa necesidad básica de mantener relaciones. Digo básica porque es una sensación que vive conmigo casi desde que mi memoria alcanza. Por favor, no penséis que soy una demente, simplemente que mi memoria alcanza hasta los 17, cuando tuve mi primera experiencia, que ya contaré más adelante si surge.

Retomando la cita, el taxi se detuvo en un oriental con una pinta exquisita y quizás con un nivel raramente permisivo, pero aún así, la situación lo merecía y me dije: ¿ qué más da?
Así que decidimos entrar.
Sólo quería resaltar una cosa, y es que me resultó del todo placentero que mi acompañante me retirase mi abrigo de los hombros tan delicadamente, que no pude dejar de fantasear durante unos minutos mientras pedíamos mesa.
Eso sí, aquellas fantasías pararon de golpe cuando el camarero que nos recibió en la entrada preguntó: ¿Zona de fumadores o de no fumadores?

Mi acompañante no tardó ni medio segundo en responder alto y claro, casi como con odio, no sé algo así como que no soportó la idea de que el camarero pensase que era un (patético) fumador.
Claro, tras proferir esas palabras tan secas y cortar de golpe mis fantasías me miró como esperando un complaciente gesto de confirmación a su decisión. Decidí no soltar prenda y seguir como si nada, sabiendo que tarde o temprano me iría al baño a practicar mi adicción.

Comenzamos a pedir, todo perfecto, comida excelente, sabores casi orgásmicos (por no hablar de él)...Todo iba genial, hasta que después del segundo plato y mientras traían el postre decidí ir al baño, porque tenía la convicción de que no se enteraría nadie.

Fui, fumé, disfruté...Como disfruta cada uno haciendo lo que quiere.

Volví, sin más, y trajeron nuestros cafés, los dos iguales, ¿hay algo mejor?. Ya veía yo que había hasta compatibilidad (ilusa).

Después, como no era muy tarde, fuimos a tomar unas cañas a una terraza muy popular del centro. El caso es que yo no podía más, necesitaba o irme de allí con él o decirle la verdad. Así pues, le pregunté si le importaba que la gente de su círculo cercano fumase (suena muy cutre pero no quería ser tan directa e ir al grano).
Fue una pregunta tan fuera de lugar que le descoló mientras veía yo como todas mis ilusiones puestas en él se derrumbaban por momentos.
A esa pregunta respondió con otra pregunta, más directa.
Y evidentemente mi respuesta fue pues que sí, joder, que fumo, el joder no lo dije pero estuve al borde de un ataque de nervios, cuando tras responderle, ví en su cara una expresión de tristeza a partir de la cual la noche empezó a decaer sobremanera.

Fue una verdadera lástima, pero me consuela decirme una y otra vez aquello que mi abuela siempre repetía: " Quien quiere a una rosa, quiere a sus hojas de alrededor". Así pues, quien me quiera, tiene que aceptarme tal y como soy.
Será por eso por lo que aún sigo soltera...

Fuera como fuese, volví a casa sola, pero nada más llegar me tumbé en el sofá y me encendí el último cigarro de la noche, que me supo a gloria.

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